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«toma -dijo a Fray León- este escrito y guárdalo siempre con cuidado.» En aquel mismo instante la nubecilla de la tentación se rasgó, brilló la certeza del cariño que siempre le había profesado Francis– co, la paz reinó en su interior y la alegría se pose– sionó de su alma. La Ovejuela de Dios triscaba y balaba de espiritual contentamiento. «Mi Padre me quiere como antes, es mi amigo.» ¿Qué decía el pergamino que Francisco había escrito con rasgo fuerte y claro? En el anverso, con su habitu.9.l caligrafía, decía así: Tú eres santo, oh Señor; tú eres Dios por cima de todos los dioses; tú sólo eres el autor de todas las maravillas. Tú eres el fuerte, el grande, el Altísimo. Tú eres el Todopoderoso, el Santo Padre y Rey del cielo y de la tierra. Tú eres el Trhw y Uno, el Señor Dios superior a todos los otros dioses. Tú eres el bueno, todo bondad, el bien Supremo, el Dios vivo y verdadero. Tú eres el amor, Tú la sabiduría, Tú la humil– dad, Tú la paciencia. Tú eres la belleza, Tú la certidumbre, Tú la paz y el gozo. Tú eres nuestra esperanza, Tú la Justicia y la kl oderación. Tú eres toda nuestra riqueza. Tú eres la dulcedumbre, Tú nuestro Protector, Tú nuestra defensa, Tú nuestra guarda. Tú eres nuestro Refugw y nuestra Fuerza. 127

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