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No es fácil adivinarlo, pero es lo cierto que sufría horriblemente. Así sufre la amistad verdadera y sin egoísmos. Fray León, 1a O v e j u e 1a d e D i o s , temía que su cariñoso Padre no le quisiese tanto como antes. Este temorcillo grandemente le marti– rizaba. ¿Qué hacer para cerciorarse que no era en rea– lidad como él temía? Razón -en verdad- no exis– tía. Era pura imaginación levantada por el envidioso tentador. Fray León -sin confesarlo al exterior– deseaba una pequeña prueba, cualquiera que fuese; un papel -no más--- escrito por su amantísimo amigo, bastaría para disipar tan infundado temor y devolverle la antigua alegría. Pero Fray León era tímido, respetaba mucho a su Padre y no se atrevía a pedírsela. Francisco, conocedor de la batalla que en el pecho de su sencillo amigo se estaba librando, sin duda el Señor se lo había manifestado con una luz interior, compadecido de la pena de Fray León no quiso retardar más en consolarle, tal -precisamen– te-- como él lo deseaba. Francisco, con rostro risueño, palabras suaves y gesto atrayente, llamó a Fray León. La O v e j u e - I a d e D i o s acudió al momento. «Hermano León --díjole Francisco--, tráeme lo necesario para escribir, pluma, tinta y un trozo de pergamino, pues deseo escribir ahora, Fray León.» Cumplido con diligencia el mandato del Padre, Fray León, de pie como una estatua de piedra, seguía con la mirada los trazos que la mano de su buen Padre escribía. Cuando hubo terminado el escrito, 126

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