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cuerpo con penitencias y ayunos, y se entregaba a continuss y ardientes oraciones. Por fin, hallándose en oración se le apareció San Francisco, todo res– plandeciente de gloria, con alas, manos y pies do– rados. Absorto Fray León con esta aparición, no pudo contener su lengua y preguntó: »-¿Por qué, Padre mío reverendísimo, te apa– reces en tan maravillosa figura?» Respondió Francisco: «-Entre las gracias que la divina misericordia me ha concedido, una es la de estas alas, en virtud de las cuales, cuando los devotos de nuestra santa Religión me invocan en sus tribulaciones y necesi– dades, acudo en su auxilio y les alcanzo los con– suelos de la divina gracia. El ungüento que dora mis pies y manos me ha sido concedido contra el demonio, contra los perseguidores de mi religión y contra los Frailes apóstatas de la Orden, para sig– nificar los duros castigos que debo imponerles. En alabanza de Cristo. A m é i!l • » No puede dudarse que el amigo, Fray León, re– cibiría gran consuelo y contentamiento con semejan– te visión. Sus trabajos quedaban bien recompensados. * * * La bellísima :flor de la amistad que siempre había unido a Francisco y Fray León seguía des– pidiendo embriagador pedume. La tormenta había querido troncharla y gloriarse de su triunfo. Se equivocó. La amistad que en Cristo se funda y arraiga ni envejece ni se seca. Posee una vitalidad 124

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