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mayoría de los Frailes que defendían la interpre– tación más laxa de la S a n t a R e g l a F r a n. - e i s c a n a , fue duro, atormentador para con sus enemigos, no se reparó en medios, a todo apeló. El bellísimo jardín franciscano amenazaba secarse y enturbiarse aquel límpido manantial de virtud y pe– nitencia. La O v e j u e l a d e D i o s , Fray León, sentía en el fondo de su alma sencilla y pura seme– jante disensión entre los hijos de mismo Padre; pedía especialmente en sus oraciones la terminación de semejante lucha que podía acarrear la destruc– ción de la Orden, se mortificaba para alcanzar la paz y la calma; pedía sobre todo la unión y la ca– ridad entre los h e r m a n o s . En el silencio de su pobrísima habitación, en el coro, en el jardín y en los lugares más solitarios, suplicaba ardient;,– mente al Seráfico Padre que le escuchase, que vi– niese en su ayuda, que no abandonase a la disputa de sus hijos, n o m a l o s , p e r o s í e q u i v o - e a d o s , el sublime ideal de su S a n t a R e g l a . El Seráfico Padre no se hizo sordo a los llamamien– tos de su predilecto amigo y quiso consolarle y favorecerle con .una visión, que relata con toda sen– cillez las F I o r e c i 11 a s . La amistad no se habfa roto, se había añudado más estrechamente con la bienaventuranza de s,u buen Padre. El amigo triun- fante en el cielo, quería consolar al amigo que en la tierra luchaba por tan noble causa. «En cierta ocasión, después de la muerte de San Francisco, le entró a Fray León vivo deseo de ver a su Padre, a quien tanto en vida había amado, y para lograr este deseo atormentaba su 123

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