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sublime, demasiado heroico, muy por encima de las fuerzas de la humana naturaleza. En realidad, de verdad debían haber confesado sencillamente que no se consideraban con ánimo suficiente para cumplirlo; tácitamente pedían alguna moderada mitigación. So– bre todo el blanco de los ataques disimulados era ]a D a m a P o b r e z a . Seguían admirando al San– to, gloriándose de llamarse hijos suyos, pero débiles y enfermizos. La R e g 1a era maravillosa en su oonjunto. Era como una rosa brillantísima, aunque erizada de tan punzantes espinas que no era posible acercarse a ella sin recibir dolorosas punzadas. Todo ideal, cuanto más sublime, elevado y perfecto, se halla más expuesto a ser mancillado al ponerse en contacto con la débil y apocada naturaleza, es decir, de la voluntad de los hombres. No siempre es eso; con frec;uencia bajo esas consideraciones su.ele escon– derse ,una envidia solapada que desearía la destruc– ción de 1a obra tan bien ideada y con tanta perfec– ción realizada. La envidia sabe perfectamente de muy sutiles mañas para disfrazarse. En algunos otros quizás se pµdiese descubrir un arrepentimiento tar– dío de haber profesado semejante R e g 1a y el deseo de echarla de sus hombros, por lo menos, cambiarla para que fuera su cumplimiento más llevadero, atem– perándose a sus oomodidades y a su espíritu. relajado y en vías de perdición. De todo ello había, a buen seguro, en la lucha que estalló en el seno de la r e - ligión seráfica de los menores, apoco de haber volado a la mansión de los justos su S a n - to F,undador. Los santos religiosos, los fervorosos, los que de- 120

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