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tusiasmo que en nuestro corazón habían nacido. El desaliento, la desilusión, vuelven a adueñarse de nu.estro interior. Cedemos, la cobardía nos domina nuevamente. Esta conducta, que encierra tantas pa– radojas, no es ni desconocimiento de la belleza del ideal ni agotamiento de sus vitales energías santifi– cadoras; es humana poquedad, es algo de volubilidad de nuestra voluntad. Todo ello m,uy explicable y a nadie debe sorprender semejantes vaivenes de nues– tra pobre naturaleza tan herida desde su origen, aunque, sea m,uy cierto, muy beneficiada por Nuestro Señor Jesucristo. Estamos siempre escuchando estas palabras de Je– sucristo al apóstol San Pablo: P a b 1o, te b as• t a m i g r a c i a . Pero a pesar de oírlas y tal vez haberlas gustado por experiencia, en multitud de ocasiones fingimos no oirlas o no saber nada de ellas para no vernos en la sagrada necesidad de trabajar, luchar y vencer. Nuestro ideal sería ser santos, con– quistar la meta que las Ordenes Religiosas ofrecen generosamente a sus hijos sin esfuerzo y sin lucha. ¡Qué hermoso fuera, si se nos regalase el ideal e.'l bandeja de plata! 118

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