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dificultad se ve¡nce con los recursos divinos y huma– nos que la misma Orden Je suministra. * * * Pero, he aquí, que otra vez tropezamos con la debilidad humana, con su apatía y hasta con su pereza. Nuestra repugnancia al trabajo y, muy en particular, al trabajo costoso de la santificación de nuestra alma, que requiere practicar la virtud des– pués de haber vencido las pasiones y el pecado, es fruto demasiado agridulce. Los principios suelen ser muy animosos y decididos, se trabaja con entusiasmo y no se repara en las dificultades. Tal vez, al vernos tan entusiasmados, podría sospecharse que nos reí– mos de las dificultades. Son los días resplandecien– tes, los días de oro de nuestra empresa en pr,o de la santidad. Pasan los dias, las semanas, los meses y, con harta sorpresa nuestra, sucédense los fracasos, se experimenta.u los obstáculos no previstos, y, po– quito a poco, se apodera de nosotros el cansancio juntamente con el desaliento. Somos impetuosos de momento y cobardes a la corta o a la larga. El ideal ya no nos parece tan hermoso ni tan brillante ni tan prometedor de paz y consuelo. Esto es muy humano y, por desgracia, muy frecuente. Acontecen algunas circunstancias extraordinarias, favorables, y merced a ellas, nace la reacción enérgica que promete nue– vos triunfos; otra vez el ideal se nos ofrece brillante y hermosísimo. Pero confesémoslo, es un renacer, algo parecido al renacer pr~ma~uro de la primavera, nuevos hielos inesperados queman los brotes de en- 117

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