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mueve. Se olvidan con frecuencia que los héroes, oomo los genios, son muy contados, queriendo que todos realicen aquello que sólo unos cuantos pueden realizarlo. Estos pocos los llamaremos en n,uestro rico idioma castellano « s e l e c c i ó n s e I e c c i o - n a d a d e l a s a n t i d ad » . Los santos, de or– dinario, viven en las cumbres, y el vulgo a duras penas se mueve, como a rastras, por la llanura y aun esto suele serles difícil. Pensando en este ideal que los tiene subyugados, que los saca fuera de sí, es– criben sus reglas, sus ordenaciones religiosas. En ellas quedan como estereotipadas y a cincel grabados, sus pensamientos, sus ideales, es decir, su amor de s.ubidos kilates. ¿Sospechan que tales reglas pocas veces serán cumplidas oon aquella perfección con que ellos las cumplen? ¿Saben apreciar en su justo valor toda la magnífica sublimidad de su ideal? Qui– zás en su interior, en ciertos momentos, habrán de sospecharlo, ya que no se les escaparon algunos mo– dos de obrar y de hablar de sus más entusiastas dis– cípulos y seguidores. Cierto de toda certidumbre que la gracia divina no falta a todo el que de buena voluntad la solicita. y que el Divino Maestro se halla presto a venir en nuestra ayuda, si a su socorro, jamás desmentido, acudimos confiadamente. Nadie en su empresa de conseguir la santidad, estereotipada en las Reglas de su Orden y que en momentos de verdadero fervor prometieron, puede alegar imposibilidad de cumplir– las. Podrá alegar cierta dificuJtad, propia de la mis– ma excelencia del ideal prometido, pero esa natural 116

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