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tan perdidamente enamorado de la P o b r e z a , e v a n g é 1i c a p e r l a para él de inestimable va– lor, hasta entonces ignorada y hasta despreciada de los que se decían cristianos y de los que en los claus– tros hacían profesión de vida austera y desasida del mundo y de s:us placeres, se gloriaba de ella dedi– cándole sus notas más armoniosas. El ideal parecía sobrepasar las fuerzas humanas y así implícitamente lo había reconocido el mismo Santo Fundador; pero había otras fuerzas, verdade– ramente poderosísimas, para favorecer la realización de tan sublime ideal: eran las fuerzas sobrenaturales, la gracia de Nuestro Señor Jesucristo. Con Cristo todo es posible, todo factible y aun fácil. Si resu– mimos cu.ál fuera el ideal de San Francisco diremos que era el Evangelio de Cristo Jlevado a la práctica en toda su pureza. * * * Los santos no se c,uidan del alcance de las fuer– zas humanas, casi no miran lo limitado de sus -ener– gías ni las debilidades que aquejan a la pobre na– turaleza humana. En su vida extraordinaria se diría que no cuentan con ellas, ya que ellos viven en una atmósfera de sobrenaturalismo heroico; no prestan oídos a los quejidos de su cuerpo ni a los lamentos del alma cuando experimenta la terrible tentación de su debilidad y pobreza. Consideran a todos dotados de su mismo temple de alma y, sobre todo, que to– dos aman a Dios como ellos acostumbran a hacerlo; les parece que todos viven deslumbrados por la be– lleza del ideal que en su alma y corazón bulle y se 115

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