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Cuando desfallezco de ánimo, Tú conoces mis senderos. En el camino que ando me escondieron celadas. Miro a mi derecha y observo que nadie para mientes en mí. Cerróseme toda huida, no hay quien se interese por mí. A Ti clamo, oh Yahvé digo: Tú eres refugio mío, :posesión mía en la tierra de los vivientes. Atiende a mi grito, pues me siento muy abatido. Líbrame de mis perseguidores, pues son más fuertes que yo. Saca mi alma de la prisión, para que alabe tu nombre: los justos me coronarán cuando me hayas hecho justicia. Al pronunciar la última palabra de la postrer estrofa del Salmo 141, las cuerdas delicadas de aque– lla lira divina habían quedado rotas. Un silencio de muerte reinaba en la pobrísima celda del P a d r e d e 1 o s M e n o r e s en Santa María de los An– geles. Los Hermanos, dolorido el corazón, murmu– raban plegarias por el eterno descanso del b ;u e n P a d r e que acababa de dejarlos. En el suelo, amor– tajado con un pobre y remendado hábito, yacía el cuerpo estigmatizado de Francisco; la llaga del cos– tado, con tanto esmero escondida, había quedado 107

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