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nen detrás te chillarían, te atronarían haciendo so– nar sus respectivos cl,axon hasta cansarte. En la vida sucede algo parecido. No tienes po– sibilidad de elegir. No puedes vivir en el siglo X. Te ha tocado en suerte la segunda mitad del si– glo XX. Y tienes que vivir al ritmo de estos tiem– pos veloces. ¡Qué se va a hacer! Estás metido en la velocidad, amigo. Y te has de aguantar. Mas has de extraer los valores posi– tivos de esa velocidad y descubrir oasis de sosiego mientras ruedas a velocidades superiores al sonido. Ya comprendo que eso no es fácil. Porque es que la vida, con sus exigencias, se te echará encima. Vendrán llamadas como anuncios de televisión hiriéndote los ojos, invitándote al mo– vimiento. La imaginación te pondrá banderillas que te harán levantar del asiento. Y tú tendrás que for– zarte, que violentarte. Pero deberás crear la paz en tu vida. .4 pesar del movimiento y las prisas, y la economía difícil, y no sé cuántas cosas más. Tú veras los medios que escoges. Y o sólo te advierto que sin paz, sin sosiego, sin calma, con ruido permanente, con prisas, con nerviosismo sin fin en la lucha por las cosas, te convertirás tú mismo en una cosa sin alma, sin corazón. Pero no, no te conviene. Déjame, por tanto, que te diga: lee este lihro. En él encontrarás el camino que lleva a la paz. El Padre Santos de Tudela, capuchino navarro, es un virtuoso de la amistad, un juglar de amor seráfico, un amigo entrañable. El te quiere llevar de la mano a las fuentes del sosiego; quiere orien– tar tu mirar hacia el eterno paisaje de serenidad X
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