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ella había recibido como las almas santas saben agradecer. En su lento caminar hacia Santa María de los Angeles llegaron a San Salvatore delle Pareti, an– tiguo hospital de los leprosos, que tantos y suaves recuerdos guardaba para Francisco. Entonces su– plicó a sus Frailes que descansasen; los Religiosos dejaron en tierra las pobres parihuelas en las que traían a su santo Padre moribundo. Francisco, haciendo un gran esfuerzo, se incorporó y volvió su rostro para mirar por última vez a $U, muy que– rida ciudad. Con voz velada por la emoción, el Santo pronunció estas palabras: «¡Señor! Como esta ciudad, desde tiempos an– tiguos, según yo creo, fue lugar y habitación de gentes inicuas, así veo que tu misericordia se ha mostrado en ella de una manera singular en el mo– mento que te plugo. Por t.u bondad la escogiste 103

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