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calma inalterables y levantando cuanto pudo sus brazos hacia lo alto, exclamó: -Bien venida seas, mi hermana M u e r te . Francisco deseaba la muerte ardientemente, corno el soldado el fin de la batalla para recibir el ga– lardón de su buen comportamiento y de su fideli– dad a la bandera jurada con entusiasmo. Francisco había trabajado como buen operario, luchado había como excelente soldado; había servido con toda fide– lidad a su D a m a P o b r e z a ; su crucifixión me– diante los tres votos había sido perfecta; como caballero de Cristo jamás Je había traicionado ,ni en lo más mínimo, antes, por el contrario, habíale amado hasta el martirio voluntario de su persona; las llagas de su cuerpo lo publicaban elocuentemen– te. ¿Cómo podría temer la muerte? Francisco, sin poderse contener, llamó cerca de sí a Fray León y Fray Angel para que le cantasen algo de la hermana muerte. Los dos santos amigos, al conocer el mandato inusitado de su santo Padre, el pecho se les desgarraba de pena y angustia. ¿Cómo cantar si el Padre se moría? ¿Gozar con el canto, si el amigo de toda su vida se les marchaba? La amistad santísima que los unía pedía más lágri– mas que cánticos. Pero tampoco consentía la amis– tad contrariar los deseos del buen Padre... y Fray Angel y Fray León, acompañados de sus lágrimas, de su pena y de su tristeza, cantaron el C á n t i c o d e l h e r m a n o S o l . Y cuando hubieron termi– nado la última estrofa, Francisco, casi moribundo, cantó solo la última estrofa, que todavía estaba por escribir: 99

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