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ingeniaba por aliviar los terribles dolores de su que– ridísimo amigo, mucho sufría su alma viendo qu.e todos sus esfuerzos resultaban inútiles. Francisco agradecía la abnegada solicitud de su amigo con– vertido en enfermero. ¡ Cuántas veces no habría ben– decido con aquella su mano estigmatizada al fiel servidor y al amigo de su intimidad! Esta amable condescendencia pagaría con creces y sobrada gene– rosidad los esfuerzos de Fray León. Francisco conversaba de Dios con su queridQ discípulo, la O v e j u e l a d e D i o s , y he aquí que cierto médico amigo su.yo le visitó y quiso con– solarle un poco. Francisco le preguntó, sin que él pudiera sospechar la pregunta que iba a hacerle: -¿Qué te parece, Be1nbegnate, de esta mi en– fermedad? -Con la ay:uda de Dios aún puede haber me– joría. Francisco, en la turbación que el médico mani– festaba sin poder disimularla, conoció que su amigo médico no se atrevía a descubrirle toda la verdad. Francisco, que lejos de temer la muerte, suspiraba por ella, le pidió que le dijese la verdad. A Francis– co no le espantaba como a la inmensa mayoría de los mortales, la deseaba. El médico, aunque con cierta repugnancia, no se atrevió a cootrariar los deseos de su amigo y le dijo así: -Creo que la enfermedad es incurable, y que será tu muerte hacia fines de septiembre o princi– pios de octubre. Francisco, dando pruebas de una serenidad y 98

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