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¡ BIEN VENIDA SEAS, HERMA'.'.A MUERTE! Dejemos que las alegrías del Cántico del herma– no Sol ensanchen los corazones, los eleven por me– dio de las cosas visibles a Dios; dejemos que el Cán– tico del hermano Sol sobrenaturalice y devuelva al Creador todos los seres de la Creación. «A Ti, Altísimo Señor, toda gloria, todo honor [y toda bendición.i> Las dolencias del Pobrecillo se agravaban po:r momentos; la hermana muerte se disponía a abrirle las doradas puertas eternales de la mansión celeste. El pensamiento de que San Francisco se moría agi– taba tristemente a todos sus hijos y de modo particu– lar a los que de tan cerca le veían y rodeaban. Un hilito, muy delgadito, a la tierra lo aprisionaba. Un vientecillo podía romperlo. Francisco no temía a la hermana muerte, la deseaba, la llamaba con voces apasionadas. * * * El Hermano León no se apartaba un punto de su querido y amado enfermo; con sus cuidados y delicada solicitud intenta retrasar la despedida que su amistad íntima y jamás desmentía, temía de un momento a otro. Fray León seguía limpiando con ga¡nto estremecimiento aquellas ropas interiores em– papadas en la sangre que sin cesar corría del lace– rado pecho de su buen Padre, amigo y maestro. Se 97 7

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