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preguntase la ca,usa de su himno triunfal y rebo::a.:1ta de alegría. Padre, ¿por qué cantas? * * * Llegado había Francisco a San Damián; allí le aguardaba la Hermana Clara rodeada de todas sus hijas. Francisco se mostraba sumamente dolorido; la cruel enfermedad de la vista no le concedía un mo– mento de descanso. Francisco no podía abrir sus ojos a la luz, no podía contemplar al herma n o Sol. ¡Tantas veces se había recreado contemplán– dolo! El sol que preside el firmamento le hablaba con elocu.encia lúcida del « s o I d e j u s t i c i a » Cristo Jesús. La visita fue de mucho consuelo para Clara y sus hijas, pero de grandes sufrimientos para el P o - b r e c i 11 o . La enfermedad de ojos sufrió una cri– sis terrible. Fra.ncisco no podía descansar «ni podía soportar la claridad del día ni lumbre alguna de luz o de fuego». La pasión del nuevo Cristo del si– glo XIII se prolongaba y cada día iba en aumento. A su lado velaba la O v e j u e 1a d e D i o s , Fray León; su amistad no le consentía abandonarle ni de día ni de noche; con él sufría, con él lloraba. «Junto al monasterio le construyó Clara una cel– da de cañas y de esteras donde pudiese descansar de sus dolencias y mantenerse en discreta oscuridad sin que los fulgores del sol hiriesen los ojos enfer– mos. Y así estuvo en oscuridad cincuenta dias con– tinuos, con dolores que no cesaban un momento ni de día ni de noche.» En aquella choza pobrísima, regalo de la caridad

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