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RECRUDECIMIENTO DE SUS DOLENCIAS El amor divino no conoce reposo; siempre en movimiento, siempre soñando en agradar al A m a - d o . El amor que descansa es como el fuego que no calienta ni abrasa. Francisco estaba en Santa María de los Angeles; un retiro bien merecido a sus dolencias. Pero aqu2- llos sufrimientos no lograban apagar ni siquiera una centellita de su amor; de continuo lo alimentaba con la leña de sus grandes deseos de trabajar por la gloria de Cristo. «Comencemos, Hermanos, a servir a Dios porque hasta ahora apenas hemos hecho cosa de provecho». Son estas palabras como la última llamarada ar– diente y luminosa de su celo. No se halla contento ni satisfecho el animoso trabajador. No importa; su Señor estaba altamente satisfecho y se disponía a pagarle con crecido jornal el esfuerzo varonil de su vida a su servicio consagrada. EL AMIGO PREDILECTO PERMANECÍA FIEL A SU LADO Cuanto mayores, repetidos y fuertes los golpes que asestaban a la vida corporal de Francisco, tanto mayor y solícito era el cariño del amigo Fray León. Se revestía de la delicadeza, de la ternura de una 87

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