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KA.NSU 25 En cinco barcas de escaso calado, con un solo y dimi– nuto camarote, emprendimos la marcha por el río Han el 2 de Noviembre. Vamos cantando, sin hacer caso de la incomodidad del viaje; despreocupados en absoluto, y sin darnos cuenta del terrible peligro que corremos en ese camino. Hemos ofrecido la vida a Dios Nuestro Señor ... ¿qué mal nos va a espantar? ... Es el Han, afluente caudaloso del Yang-tse-chiang, perfectamente navegable en su curso inferior. Pero pau– latinamente, conforme se adentra en las montañas, va adquriendo violencia de torrente, que vuelve muy düícil la navegación. Más de cincuenta rápidas o cascadas, alternando con grandes y largos remansos de fondo arenoso, ponen a prueba el vigor de los bravos barqueros que viven de surcarlo una y otra vez. Cuando llega la caravana de barcas (casi siempre remontan en grupos) a la base de la cascada, saltan los remeros a tierra, y por medio de cuerdas sujetas al más– til, van arrastrando la embarcación, tirados casi en tie– rra, al compás que marca el director de la maniobra a grandes gritos: dos hombres, con largos bicheros, ladean la barca de los obstáculos del cauce. Cuando por el con– trario roza la quilla con el cauce arenoso, es preciso im– pulsar la barca, izándola a fuerza de brazos. * * * Pero no fué el cauce áspero del Han lo que impuso la prueba suprema al temple de los expedicionarios. Res– tos de barcas en las márgenes del río nos advertían, con muda elocuencia, que estábamos cruzando una de las re– giones más preferidas por los bandidos para sus fecho– rías. Y no se hizo esperar mucho la visita de los inde– seables ...

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