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cente de Paúl, para asistir y consolar a los menesterosos. El no se contentó con que figurara su nombre en la·s listas de miembros de la Conferencia, ni tampoco con depositar su óvolo mensual, sino que personalmente visitaba a pobres y enfermos, llevándoles los consuelos de la religión y el socorro material. «Su ardiente espíritu de caridad, dice uno de sus más íntimos amigos, su natural modes– tia y humildad-prototipo verdadero de caridad cristiana-; su amor a los pobres y su encantadora dulzura resplandecieron elocuentemen– te en todos sus actos. Sabemos de sus edificantes visitas a familias menesterosas, a las que prodigaba consuelos inefables y socorría con largueza, inspirando viva stmpatia su presencia en hogares tortura– dos por el dolor, que enseña, purifica y eleva.» (Javier Vieira Dwrán.) Cuando el siervo de Dios se trasladó a Madrid para preparar el doctorado no cambió de conducta, sino que en seguida, también en dicha c!udad, dió su .nombre a las Conferencias de San Vicente. Sus compañeros le consideraban como hermano mayor, y habiendo observado que en determinadas horas del día faltaba siempre de la casa, sin que nadie supiera dónde iba, le siguieron la pista, hasta que un día vieron que por su cabeza se paseaba tranquilamente un parásito, deduciendo ellos que le habla cogido visitando buhardillas de pobres menesterosos, carentes aun de lo más indispensable exi– gido por elemental higiene. Funcionaba en Pontevedra por aquel entonces un Circulo Católico para atraer a los obreros, grandemente solicitados por otro Centro disolvente y anticristiano. De dicho Centro fué también alma y vida Fernando, llegando a ocupar la presidencia del mismo, siempre con la acostumbrada responsabilidad y competencia, especialmente tra– bajando en las escuelas nocturnas para adultos, sostenidas por el Círculo Católico. En dicho Centro dió conferencias literarias y doc– trinales, y de divulgación científica, asociando a esta labor a otros intelectuales de gran significación en la intelectualidad. Tanto con la palabra como con la pluma fué un gran propagandista católico sereno y ponderado, haciéndose entender de las clases menos doctas. que eran las más necesitadas de religiosidad y de cultura. «Amante de la clásico, de lo castizo, de lo español, sentía fervo– rosamente los grandes ideales de la Fe y de la Patria, y tenía como acusadas características acrisolada caridad, sencillez y dulzura, mo– destia y humildad cristianas, apostólico celo, alto significado mo– ral; alumbraba y fortalecía las almas en el ejercicio de su sagrado ministerio... Diríase que vivía en las alturas excelsas de los espíritus elegidos... Aquí en Pontevedra residió los afias floridos de su juven– tud; con él convivimos en corporaciones y entidades artísticas, be– néficas, literarias y de carácter social y religioso. Fué elemento en- 79

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