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la última grada, la del sacerdocio. Posiblemente leyó en las Flore– cillas O· en alguna vida del Seráfico Francisco cómo rehuyó la dig– nidad sacerdotal después que un ángel le mostró la redoma de cris– tal, indi<:ándole que tan pura como aquella redoma había de ser el alma y la vida de quienes aspiraban al sacerdocio. El Seráfico padre juzgó humildemente que su inocencia no podía compararse con aquel cristal, y se quedó en el grado inmediatamente inferior, el diaconado. Humilde como era Norberto, según testimonio de algunos de sus condiscípulos, después de largas meditaciones en el Seminario, pudo sacar la consecuencia de que era indigno de semejante dignidad; y por eso, el temor unido a la humildad, pudieron ser las dos causas determinantes que le disuadieron de recibir las Ordenes mayores. · Pero lo cierto es que salió del Seminario, y aconsejado al parecer por uno de sus Superiores, pidió el ingreso en el Monasterió Trapense de San Isidro de Dueñas, en donde fácilmente fué admitido, pues pudo presentar los mejores informes del Rector del Seminario. Pero, ¿este era el camino deparado por la divina providencia para ·el ex-seminarista? Por las consecuencias que se siguieron, se impone la respuesta negativa. Según informes obtenidos, Norberto no per– maneció en la Trapa más que uno o dos años; y, desde luego, sin emitir los votos religiosos. Si realmente padecía los escrúpulos, y si además era algún tanto neurasténico, parece contraindicada para curarse de aquellas dos enfermedades tan afines la una de la otra, la entrada en la benemérita, austera y ejemplarísima Orden; por– que aquel s.Uencio, aquella soledad, aquel recogimiento eonstante, aquella incomuntcac.ión casi absoluta con otras personas aun de las que vivían dentro del claustro, parecen causas más que suficientes para que se aumentaran los escrúpulos y se acentuara la neurastenia. Comprendiendo que no era aquella la senda a seguir, se vió indu– dablemente desorientado. Creemos que hubo presión por parte de algunos deudos para que se ordenara, y tal vez alg.una recriminación por haber dejado la carrera cuando ya tocaba a su fin, carrera que había obligado a desembolsar cantidades no despreciables para la modesta economía de sus padres. Indudablemente que esto se le re– cordaría con alguna insistencia aún antes .de marchar al Monaste– rio, 110 juzgando un despropósito el suponer que al dejar la Casa de Dios, no se atrevió a volver a la casa paterna, para evitar dis– gustos, recriminaciones y amargas reconvenciones. Por eso, t omó la determinación de marcharse a unas minas de carbón, ambiente, desde luego menos apto para su modo de ser y para la educación científica y religiosa que durante tantos años había recibido. Enterada la familia de tan precaria y amarga resolución, fué a 392
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