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cuatro años que había derramado valientemente su sangre por Dios y por España en Madrid. Aquel día no pude verle en la tierra; pero desde el cielo, sin duda, me estaba contemplando con aquella son– lisa bonachona e inocente que poseía.» Efectivamente, el día 21 de abril del año 1935 hizo la profe.sión solemne en el convento de El Pardo fray Saturnino. A tan emocio– nante acto asistieron sus padres, después del cual siguieron las feli– citaciones y las conversaciones confidenciales entre padres e hijo. Este, como quien no decía nada, dejó desprenderse de sus labios las sigutentes palabras: «¿Quién sabe si será la últúna vez que nos vemos?-les dice sonriendo-. Tengo pensado pedir a los Superio– res que me envíen a las. misiones del caroní.» Y ante unos ojos hu– medecidos y una insinuación muy maternal, añade fray Saturnino: «¿Hay cosa más grande que hacer el mayor bien posible a los pobres salvajes y morir mártir por ellos?» Después de su consagración definitiva por los votos solemnes vuelve otra vez fray Saturntno al convento de Jesús de Medinaceli. No habían transcurrido quince días desde su profesión, cuando se cometieron en Madrid y otras provincias un sinnúmero de salvajadas que jamás hubieran cometido los pobres e ignorantes indígenas de las misiones del Caroní. Fray Saturnino escribe con este doloroso motivo a sus padres, procurando llevar a su ánimo la tranquilidad, diciéndoles: <<Ciertamente que desde las elecciones a esta parte son frecuentes aquí en Madrid (pero mucho más en otras provincias) las amables visita·s que giran por los conventos e iglesias nuestros hermanos los incendiCllrios. Ya os habréis enterado de las salvajadas sin nombre que cometieron aqui por Cuatro Caminos, Tetuán, etc., el pasado lunes. No quedó satisfecha su saña con quemar algunos conventos, iglesias y escuelas católicas. Llenos de ira satánica, la emprendieron con las pobrecillas e indefensas monjitas. A dos de ellas, que volvían de cuidar enfermos, arrolladas por las turbas sin corazón, las arrojaron al suelo, abofetearon, pisotearon y, casi des– nudas, las llevaron larg.o rato arrastrando por la:s calles, tirándolas de los cabellos y de la cabeza, cuyo cuero cabelludo quedó casi des– prendido del cráneo. Otras cosas por el estilo podría referiros, pero no quiero sufrir ni haceros sufrlr más con semejantes relatos. Dios Nuestro Señor los perdone a esos pobres desgraciados que, envene– nados con el odio que les han hecho concebir hacia los religiosos, faltos de fe y con la más crasa ignorancia en materia religiosa, se– ría milagro obrasen de otra manera.» Ante semejante relato, ¿qué dirán los que, ciegos, aseguraron y aseguran que en España no hubo persecución religiosa, o que si hubo algo fué por el Alzamtento Nacional? Para el año 1935 no se 379
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