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Andrés Mañaricúa, y lo encontró feliz. No se cansaba de hablarle de la necesidad que sent1a de huir del mundo, de buscar la soledad, el recogimiento. Todo para Dios y sólo para Dios. Me han ind~cado los Superiores, dice, que puedo llegar a ser padre. Pero yo prefiero quedar )J.ermano lego. Quiero permanecer oculto, olvidado. Sólo para Dios y sólo para El. A quienes le visitaban les acogía con amabilidad y cortesía, mas prefería la soledad, el recogimiento. Así se lo decía a quienes gozaban de su confianza. Su ansia era ser olvidado. Sus conversaciones eran sobre la vida religiosa, y concretamen– te sobre la Capuchina; sobre la felicidad que en ella experimentaba y que en vano se buscaría en el mundo. Sobre el placer que encon– traba en la mortificación, el abandono, el entregarse totalmente a Dios. El miraba a su amigo Capuchino intentando penetrar en su espíritu, mientras sus palabras, cual rocío, descendían y penetra– ban hondamente sobre mi corazón y sobre mi alma. De vez en vez alzaba la vista y se cruzaban nuestras miradas, y entonces yo leía en sus ojos lo que su lengua, a pesar de decírmelo todo, no me comunicaba. Al atardecer volvía él a su soledad capuchina, y yo, .con el ánimo pensativo, pero sereno, salía del convento. Mientras andaba el camino solitario que rodea el campo de San Mamés, mi mente no podía distraerse del tema de la conversación. Emilio permaneció en el convento como donado o aspirante va– rios meses prescriptos por las leyes de la Iglesia, hasta el 1 de sep– tiembre del año 1930, en que, vestido el hábito de novicio, empezó el año de probación, durante el cual se portó como convenía a la vida que antes ya había llevado en el siglo y en la Compañía de Jesús, por lo cual, obtenidos todos los sufragios de la comunidad del con– vento noviciado, hizo su primera profesión en el miSmo convento el día 13 de septiembre del año 1931, siendo luego trasladado al convento de Jesús, de Madrid, dedicándole a la imprenta de «El Mensajero Seráfico,. Dolorosa fué para él otra prueba que tuvo que soportar por verse obligado a despojarse del hábito reltgioso con el fin de cumplir el servicio militar. Gracias a Dios que se pudo conseguir que sirviera en Bilbao y que habitualmente pasara las noches en el convento. Así pudo soportar más fácilmente aquellos nuevos contactos con el mundo. De esta etapa se cuenta una anécdota que no dejó de perturbar el ánimo de fray Saturnino. Cierto día hablaban varios soldados sobre ir a ver una película. Fray Saturnino les dUo que no era apta. Bastó la advertencia del soldado capuchino para que todos los otros fueran a verla. Pero lo peor del caso fué que fray Saturnino se enteró después de la calificación de la peUcula y pudo comprobar 375

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