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-»De momento-contesta el padre .Andr·és-, no :tengo más que ésa · mañana me darán otra mejor. ~~Pero es que mañana será otro día, y precisamente la nece- sitamos hoy. »-Ahora-dice el padre Andrés-no puedo presentarles otra; pero si quieren puedo hablar por teléfono a personas que respondan por mí. Si usteaes me lo permiten... . -»-Sí, sí; puedes hacerlo sin j.nconveniente alguno. »va luego al teléfono. Mientras tanto, uno de los milic¡anos que hay en el comedor dice en alta voz: «Yo, donde hay una monja o un fratie, voy por él, porque debajo del escll!pulario llevan siempre una pistola.» ~>El padre Andrés llama a varios teléfonos de personas cónocidas; insi·ste una y otra vez y .nadie contesta; es que el teléfono había sido previamente intervenido •por los milicianos. Impaciente ya uno de los milicianos que estaba en el comedor, gritó malhumorado: «Que venga; ése nos quiere engañar. ¿Qué va a tener personas que respondan por él?» El padre Andrés marcha luego hacia el comedor. Entonces una de las religiosas que estaoa junto al teléfono, dijo al padre, oyéndolo algunos mili!cianos: «IPadre, si va al mar ttrto, acuér– dese de nosotras.» Con esta expresión, que yo dueño de la pensión procuré cortar medio empujando a la monja, que por cierto se lla– maba sor Angela, y se había confesado con el padre Andrés al mediodía, manif·estó la condición del padre Andrés. Sin más razones, ordenan al padre que salga con ellos. Tratan de oponerse don Ma– mixiliano y yo, queño de la pensión, participándoles que hay una dispostción gubernament al que prohibe detener a nadie. Pero ellos exhibieron un volante que decía: «Hág.ase un registro en la pensión d-a San Antonio y deténgase a las personas que se crea conveniente. Cuando el padr~ Andrés regresaba del teléfono, dijo estas palabras: «Ya llegó mi hora.» »Salía ya el padre Andrés con los milici.anos cuando se le advir– tió que dejaba el sombrero. «Ah, sí, es verdad; ¿puedo cogerlo?» Contestaron los milicianos: <Coge lo que quieras, pues para donde vas a ir todo te sobra.» »No hables mucho, le dtjo el jefe de los milicianos al dueño porque entonces vas a ir por el mismo camino.>> Cuando el padre Andrés entró en la habitación cogió un pequefio crucifijo del male– tín y se lo llevó. Asimismo pidió la ab-solución a su sob-rino don MaximHiano, y luego, sereno, bajó con los milicianos. Antes pro– nunció est as palabras, que perfectamente oímos : «Yo no he hecho mal a nadie; iré donde Dios quiera.» Luego le llevaron a un camión que estaba al princi.pio de la calle de Cervantes.» 35
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