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buena como él. Para cumplir estos actos caritativos mandó a la so– brina que le comprara unas tijeras y una máquina adecuada. Entretenido en trazar estas lineas fuí a hablar con doña Ber– narda, como ya lo había hecho otras veces, con el propósito de ave– riguar algunos extremos sobre la Vida de su tío fray Primitivo. En esta ocasión la esperé en otro apartamento o vivienda frente a la suya, por estar ella ausente. Alli me recibió una atenta y buena se– ñora que conoció al siervo de Dios durante el forzoso exilio, pero sin saber que era religioso, proporcionándome a}g;unas facetas muy elocuentes sobre la caridad del hermano en aquellas circunstancias. La vecindad no sabia que era religioso, sino tío de la señora Ber– narda, pero cuantas personas le trataban quedaban admiradas de su deltcadeza, caridad, amabilidad y trato delicado, porque se daban cuenta que se prestaba para todo lo bueno. Los moradores de aquellas casas hicieron junto a las mismas, en la calle, un refugio para cobijarse durante los bombardeos. Pues bien, según la señora doña Concepción Ramírez, fray Primitivo trabajó personalmente para abrir el refugio y ponerle en condiciones de pro– teger la vida de aquellas gentes. Por cierto que me mostró en la -puerta de entrada y en algunas dependencias del inmueble los ras– tros allí dejados por una bomba que cayó cuando estaban prote– gidos en el refugio donde .trabajó fray •Primitivo, ya él asesinado para aquella fecha. Cuando la señora Concha iba a la cola para eonseguir el ali– mento, dejaba a una nena de año y medio al cuidado del hermano, pues se encontraba ella sola en casa, ya que su marido también había sido movilizado, le entregaba la llave de la casa para que la custo– ·diara (hasta ahi llegaba su confianza en la honradez de aquel tio de la señora Bernarda), y él la decía: «Váyase tranquila y e~té fuP.ra todo el tiempo que necesite, porque yo me hago cargo de la rasa y de su nena., Tan bueno y complaciente era que jugaba con la niña para entretenerla, y para que en el patio no se sentara en el suelo, le hizo él una pequeña banqueta de algunas tablas que por alii pudo encontrar. Igualmente refirió la señora Concha que en la vecindad había una señora enferma y sola; todas las vecinas procuraban asistirla ·cuanto les ·era dable en aquellas dolorosas circunstancias pero tam– bién fray Primitivo la daba las medicinas y procuraba servirla cal– dos y otros alimentos. Tuvo la suerte y también el valor de comulgar y oír misa muchas -veces el siervo de Dios durante los meses que permaneció en casa de sus sobrtnos. Asi lo refiere doña Bernarda. «En bastantes ocasiones, al decirle yo que desayunara, me contestaba: «No puedo desayunar, 336
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