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nado el 23 de agosto de 1936 en las inmediaciones del convento de Capuchinos de El Pardo, en esta provincia.-Y para que conste, y a petición de parte interesada, con el visto bueno del ilustlisimo señor fiscal instructor delegado, exptdo el presente en Madrid, a siete de diciembre de mil novecientos cincuenta y cuatro.-Avelino Rodicio. (Rubricado.) El fiscal instructor delegado. (Firma ilegible; rubrica– do.) Hay un sello que dice: ~CAUSA GENERAL.-MADRID.» El enterrador dió sepultura a los restos de fray Gabriel al día sjguiente en una fosa común donde entonces enterraba los cadáve– res de cuantos eran sacrificados por la barbarie miliciana. Liberado– el convento por las fuerzas nacionales, entraron inmediatamente va-· ríos religiosos en el sagrado recinto, y uno de sus primeros actos fué buscar ansiosamente los despojos del siervo de Dios, en confor– midad con los datos consignados por el enterrador. El padre Ludovtco de Pesquera, principal actor en la piadosa búsqueda, va a referir las diligencias practicadas y los resultados obtenidos. <<Liberado el convento de El Pardo, fui el primer religioso que al mismo llegó destinado por los Superiores. El libro arriba tndicado (el del enterrador) señalaba el lugar en donde había sido sepultado el cadáver de fray Gabriel. Algo confuso para nosotros dicho lugar, se comenzaron las excavaciones y apareció un cadáver con un rosa– rio de «Paraparas» y huesos para colgarle del cordón, como los usa– mos los religiosos Capuchinos de la Provincia de Castilla. El rosario estaba todo dentro de la mano, muy apretado. Muy bien se puede conjeturar y concluir que al ver fray Gabrtel que le iban a fusilar, empuñó en su mano lo más santo que tuvo a su alcance en aquellos momentos trágicos. Otro argumento de que el cadáver exhumado era el de fray Gabriel me lo ofreció plenamente la cruz de madera pendiente del mismo rosario: era la misma que fray Gabriel llevaba en vida. Por otra parte, todas las señales que dió del cadáver, como la edad aproximada, ·estatura, espesor del cuerpo, etc., convenían a fray Gabriel. El rosario que empuñaba ·en su mano se le extrajo, pero no sé adónde ha ido a parar. La medalla que, pendiente del rosario Wwamos los Capuchinos, la quitó el otro religioso que me acompa– ñaba y la guardó como una reliquia.» Luego recogieron los restos, colocándolos en el lugar reservado para enterramiento de los Capu– chinos en el cementerio municipal de El Pardo. Aunque lás razones aducidas por el solícito padre Pesquera pro– baran evidentemente que los restos encontrados por sus desvelos fueran los de fray Gabriel, sepultados después con los de otros reli– giosos Capuchinos, no obstante haber yo revuelto huesos y más hue– sos, ha sido imposible identificar nada que probara la autenticidad de los restos del siervo de Dios, sintiendo tener que afirmar, en 323
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