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que era público y suelto, donde las madres ponderaban la destreza y habilidad de sus hijas e hijos, y vigilaban prudentemente para que la diversión resultara alegre y honesta. (Presbítero don José Zalba.) su juventud en ambos pueblos fué ejemplarisima y devota. un real mozo le llamaban los ancianitos compañeros suyos de mocedad. De uno de ellos es la si:guiente significativa frase: «¿Dicen que van a hacer santo (beatificar) a Lorenzo? No me extrafia; aquel era santo de mozo.» Sus principales prácticas piadosas fueron la confesión y comu– nión, al menos mensuales. Prueba esta devota costumbre de su sólida vtrtud, ya que no eran muy a propósito para ello ni los pesados tra– bajos del campo, ni la condición de sirviente, que no le permitía disponer del tiempo a su talante, sino en conformidad con el querer ajeno, ni la falta de costumbre que privaba por aquella época en que aún no se habían franqueado las puertas de la comunión frecuente y diaria por el Santo Papa Pio X. Otra devoción muy cultivada por el siervo de Dios fué el rezo del santo Rosario en honor de la Madre de Dios; todas las tardes o noches acudía a la iglesia parroquial para tomar parte en tan po– pular y cristiana práctica, no excluidos los días laborables, ·después de cumplidos los deberes del campo y las ocupaciones domésticas. Como los domingos y días festivos solía ser cantada la misa parro– quial, Lorenzo tomaba siempre parte en al canto, oficiando con otros jóvenes y hombres maduros en el santo sacrificio. Tanto en el pueblo de Ilarreg.ui, como en el de Erice fué nuestro joven muy estimado y querido de amos y compañeros, por su bondad, por su estimulo en el trabajo, y especialmente por la moralidad de sus costumbres y por la pureza de su lenguaje. Tan fiel cumplidor del deber era en el trabajo que solían decir de él sus paisanos «que era el mejor trabajador de la época». Y el propio Lorenzo afirmaba que cuando trabajaba con máS gusto era cuando sus amos estaban presentes; razón convincente de la fidelidad con que cumplia sus obligaciones. Tampoco le gustaba la murmuración, la sátira, la crí– tica, la palabra mordaz e hiriente, el chtste de mal gusto o inmoral, o cualquier conversación o palabra menos pulcra y honesta. Es más, ningún joven se permitía decir nada inmoral delante de Lorenzo, porque sabía que inmediatamente encontraba adecuada corrección en el honesto y piadoso joven. Aunque algún tanto alejado de la familia por las necesidades económicas, fué siempre un hijo ejemplar y buen en el amor a sus padres, a quienes entregaba integra todos los años la soldada, y vtuda ya más tarde su madre, que vivía con el hijo mayor habido en el 313

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