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el padre Ramiro condenado a muerte por un tribunal revoluciona– rio y perseguidor. Pero ¿por qué caU.sa? Por ser religioso Capuchino del convento de Jesús. Lo manifestó el siervo de Dios a otro hermano de hábito, preso como él en la misma cárcel, a quien después de la sentencia le dijo: c:1Por lo que he visto en el tribunal, nos matan a todos los religiosos.» (Fray Balbino de Ferral.) El padre tuvo presentimiento de su muerte mucho antes de ser detenido, después de encarcelado y, desde luego, oída la sentencia del tribunal. Ciertas frases pronunc.tadas en el prtmer domicilio que le sirvió de refugio lo manifiestan bien claramente. Hablando las personas de la casa sobre la manera de celebrar la terminación de la g.uerra con el triunfo de los espafioles contra el comunismo in– ternacional, decía el siervo de Dios: «Vosotros sí que lo celebraréis;· yo, no sé.» Luego agregaba: e: Hay almas generosas que han ofre– cido su vida a Dios por el triunfo de nuestra causa.» Y como lo re– petía con frecuencia, claramente se deduce que fué él quien ofreció la propia vida al Sefior, y por eso suponía que seria aceptada su ofrenda y que no vería el fln de la contienda y de la persecución religiosa. Una persona que por aquel tiempo le trató muy de cerca, pero no detenido aún, asegura que presintió la muerte con las siguientes palabras: e: Yo tengo por cierto que el siervo de Dios prestntió la muerte, pues cuando comentábamos el sesgo de los acontecimientos se limitaba a decir que nosotros ver1amos el triunfo; lo que parecía decirlo en sentido profético. Nosotros solíamos entonces decirle: «Usted también, padre.» Mas él, con un acento de suspensión, sola– mente respondía: «Claro, claro.» Oída la sentencia, un pequeño pesimismo le embargaba el ánimo algunos momentos, pero pronto se rehacía, y de sus labios brotaban estas palabras: e: Sea lo que Dios quiera. Si conseguimos el martirio, es la gracia más grande que Dios puede concedernos. Así es, que valor y adelante. La santíSima Virgen nos dará valor.» Con envidiable y ed¡ficante fervor de espíritu se preparó el sier– vo de Dios para la hora suprema. Ya antes de la sentencia conde– natoria tuvo días de especialísimo recogimiento y de piedad; con el otro religioso Capuchino hizo una novena preparatoria a la Virgen MaFia Milagrosa, y la víspera de la ejecución hizo una fervorosa confesión con un padre Agustino, también preso en San Antón como el siervo de Dios y fray Balbino de Ferral, que ése es el nombre del compañero Capuchino, y cuyo testimonio ha tenido excepcional im– portancia para todo el relato desde su detención hasta su muerte, por haber presenciado parte de los hechos y oído los restantes de labios del padre Ramiro. 252
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