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vn En la cárcel de San Antón.-Ante el tribunal popular. Condenado a picadillo.-Preparactón para el sacrificio. En Paracuellos del Jarama. - Gracias atributdas.-El proceso. El grandioso colegio de los padres Escolapios de San Antón había sido profanado por los rojos. Pero, en cierto modo, fué honrado por tantas víctimas que allí vivieron santamente y desde aquel emporio de virtud y de ciencia fueron llevadas a empuñar en su diestra la palma del martirio. El padre Ramiro permaneció en dicho colegio-prisión desde el día 12, en que ingresó, hasta el 27 de noviembre, en que fué sacri– fjcado. Pasó los primeros días sin mayor novedad y con relativa tranquilidad, ejerciendo con celo entre sus compañeros el apostola– do, según le era posible, especialmente administrando el sacramento de la penitencia, siendo además todas sus conversaciones sobre mo– tivos espirituales. Tuvo oportunidad de trasladarse a otra sala algo más cómoda, pero no quiso hacerlo porque en la que él se encon– traba había noventa y tres detenidos y sólo él sacerdote, alegando racional y caritativamente que podía hacer apostolado entre los mts– mos y velar por la salvación de sus almas. El día 24 de noviembre empezaron a funciO'Ilar los tribunales populares en la cárcel de San Antón. El siervo de Dios fué prese\1- tado a uno constituido por dos hombres y una mujer. La mujer desempeñaba el carg.o de secretaria. El interrogatorio fué muy seme– jante a los otros dos soportados én pleno campo y en la checa de Cuatro Caminos. El confesó, como siempre, su condición de religioso Ca:puchino. Y al preguntarle si quería ir al frente para combatir a los facciosos, respondió que iría con tal que allí pudiera ejercer los ministerios propios de su condición sacerdotal. Al oír semejante dig– na y valerosa respuesta, le llenaron de escarnios y befas, pronun– ciando las palabras más soeces e insultantes, que él supo llevar con gran humildad, paciencia y dignidad de verdadero siervo del Señor. Terminado el interrogatorio y satisfecho en parte el odio mediante los insultos, en que la mujer llevaba la voz cantante, preguntó el presidente del tribunal: «¿SEmtencia ?» «A picadillO.» Así contestó la secretaria. La sentencia a ptcadHlo era sentencia de muerte, como también lo era en no pocas ocasiones la de en libertad. Fué, por consiguiente, 251

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