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parados, sino s~is reales por persona, y con esa ca-nt~dad tenían que arreglarse para agenciar los víveres, proporcionados por el ordenan– za de la cárcel, consistentes en un poco de arroz y leche, ya que no se encontraba otra cosa. El padre Carlos, una vez máS echó mano de sus habilidades, y preparaba aquellos suculentos manjares para los tres recluidos. La suerte del siervo de Dios estaba echada; era religioso; por eso y sólo por eso, debía morir. El lo presintió, seguro de que mataban a los tres, y más cuando asesinaron a Osear Godoy. Por eso todo su afán era prepararse él y preparar a los compañeros. Y, por fin, llegó lo que esperaba. El día 14 de enero de 1937 manifestó el jefe de la prisión al ordenanza que aquella noche mataban a Pablito (padre Carlos). Efectivamente, subió el ordenanza a eso de las seis de la tarde y mandó bajar al siervo de Dios a la administración. Lo que allí ocurrió no lo sab&mos. Pero sí es cierto que llevaba consigo la sagrada Biblia, que le pidió el ordenanza .como apreciable recuerdo. Pero l~ contestó él que no se la daba, porque podría necesitarla. ¿Le comunicaron en la administración que i!ba a ser fumlado? Nos incli– namos a afirmarlo, porque el padre Carlos entregó al ordenanza una carterita en que el padre guardaba el poco dinero de que dis– ponían, diciéndole qu~ se lo entregara a Ladislao. Y la razón que adujo fué que aquel pobre muchacho se desenvolvía mal y todo le sería poco para poder sobrevivir. Rasgo, por otra parte, de verda– dera caridad por parte del buen padre Carlos. ¿No le matarían tal vez porque intentó la fuga a los nacionales? El propio ordenanza razonaba de la siguiente manera cuando nos -daba las nottcias con.sLgnadas. Si al padre Carlos hubieran querido matarle por el intento de huida, lo hubieran ejecutado en el acto. Y no fué así, sino que quedaron satisfechos con la paliza que le pro– pinaron. De consiguiente, podría, según el mismo ordenanza, admi– tirse como razón del asesinato, a lo sumo un veinte por ciento, por el intento de pasarse. (Francisco Montes.) Es nec~sario no olvidar la pregunta consignada en páginas ante– rj.ores, hecha por un militar rojo a otro: «Pero, y bueno, ¿cuándo vais a dar a ése >el paseo?» Fué el propio Ladislao quien recibió del ordenanza, juntamente con las pocas pesetas, la noticia de que aquella misma noch~ le ha– bían fusilado con una religiosa. Pero ¿en dónde? El luga-r no se sabe con certeza; parece, sin embargo, que el chófer que conducía el co– che hacia el lugar de la ejecución manifestó después que le habían martirizado en el lugar llamado Cruz Verde y allí enterrado, donde ya habían sido sepultados otros muchos asesinados por los rojos. De aquí que, ignorando el preciso lugar de su sepultura, no haya sido 234
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