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Ya de asiento en la educación de los aspirantes a la vida religio– sa, preparaba con dtligenc1a sus clases respectivas y se esmeraba. en la formación completa de los discípulos, tratando amable y bon– dadosamente a los jovencitos. Los Supe·riores le encargaron de ordi– nario el cuidado, por demás delicado, de los recién lleg.ados al plan– tel. Con ellos salia a los recreos y paseos, esforzándose por hacerles amable el ambiente, distinto del hogareño que habían dejado, para lo cual organizaba ingeniosamente juegos apropiados y les daba sencillas e instructivas charlas que despertaban no poco interés en los pequeñuelos. «En las clases aprovechaba las circunstancias que se le ofrecían pa:ra hablarles de la piedad, inculcándosela con la palabra y con el ejemplo. Tal era la capacidad de insinuación en el corazón de los niños, que todos le amaban y resolvían los problemas íntimos de la conciencia con su bondadoso educador. Las devociones que más les recomendaba eran a la divina EucariStía, a la dolorosa pasión de! Señor y a la Virgen Santísima., (P(Ldre Calixto de Escalante.) Sobre la devoción del padre Alejandro a la Eucaristía hablan muy alto y claro las dos siguientes expresiones que él pronunció en alguna ocasión: «Quisiera tener las manos postizas para quitármelas– después de celebrar el santo Sacrificio de la misa, con el fin de no emplearlas en otros menesteres., 4:Creo que si me muriera un día después de celebrar la santa misa, iría derecho al cielo, sin pasar por el Purgatorio.• (¡Manifestaba también el siervo de Dios su fervor eucaristico, por– que, fuera de las prácticas de comunidad, se le veía muchas veces. pasar largos ratos en oración ante el Santísimo, aprovechando para ello especialmente las noches. en que la legislación de la Orden permite libremente una mayor expansión espilitual. Razón por de– más convincente de esta devoción predilecta es el empeño que ponia para poder celebrar cuando, expulsado violentamente del convento, se encontraba refugiado en un hogar caritativo y cristiano.• Un compañero suyo traza las siguientes lacónicas líneas sobre la piedad S1ng.ular del siervo de Dios: «Debo decir: primero, que su piedad era profunda en todos los aspectos; segundo, fué especial– mente devoto de la Eucaristía; tercero, una devoción tierna a la Santísima Virgen; cuarto, una no menor piedad a la pasión de Cristo, y quinto, un recogimiento interior que le notábamos todos, aun en momentos en que parecia únicamente dedicado a sus que– haceres exteriores.• Para otro compañero, el padre Alejandro poseía dos virtudes prin– cipales en grado manifiesto y muy alto: la caridad fratema y la devoción a la Santísima Virgen. «Nunca recuerdo haberle podido sor- 206
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