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«Al día siguiente, por la mafi.anita, iba yo con mi cufi.ada a Sa.n– tofi.a en un carro tirado por una yegua, en que llevábamos leche a santofi.a. Muy tristes íbamos hablando de lo que pudiera haber acontecido al padre Miguel, Y pensábamos como lo más seguro que le habrían matado y que encontraríamos el cadáver en algún ba– rranco de los que por alli había. De improviso se espanta la yegua; ya vimos dos cadáveres; observamos, y con g.ran dolor pudimos com– probar que uno de ellos era, ciertamente, el del padre Miguel de Graja!. El cadáver estaba casi en medio de la carretera, cruzados los dedos de las manos, colocadas éstas sobre el pecho, las piernas y los pies extendidos y juntos, los ojos mirando hacia el cielo; esta.– ba cual si alguna persona lo hubiera amortajado; tenia el aspecto de un verdadero santo., . (Irene de la Fuente Sainz.) «Los miembros de mi famUia y otras personas con quienes yo tenia relaciones todos le tenían como un verdadero santo, pues aun la conversación familiar era casi siempre espiritual, pero sin can– sar, sino atrayendo hacia el amor y la piedad., (María del Carmen Naveda Velarde.) «Vida tan santa fué coronada por Dios con la gloria del marti– rio. No conviví con el padre Miguel en aquellos días aciagos de la guerra, aunque si me tocó vivir con otros que, como él, alcanzaron su corona. Verdadera envidia les tengo, pues no me cabe la menor duda que son auténticos márti.res. Y con lágrimas en los ojos y una pena inmensa en el alma tengo que confesar que no fui digno de tal honor. Al padre Miguel de Graja! y a nuestros demás santos márti– res, ahora que son grandes de veras en la presencia del Sefi.or (les ruego), se acuerden de mí, el último de sus hermanos, y hoy, aunque sin méritos, el primero en promover oficialmente la causa de su beatificación.$ (Padre Cornelio de San Felices.) cDel padre Miguel conservamos como santo recuerdo o reliquia varios objetos, como la mesita donde decía la santa misa, el mantel de la mesita, un pequefi.o crucifijo que nos regaló, un cuadro del Santo Nazareno de MecUnaceli, también regalado por él; una porción de vino sobrante que usaba para celebrar la santa misa. La copa de cristal y el platillo que le sirvió de patena los conservan los padres Capuchinos en Montehano; nosotros les dimos ambos objetos. En– ferma mi madre el afio pasado, enfermedad de la cual murió, quise yo darle un poco de vino sobrante de aquello con que el padre Miguel celebraba, confiando que podria sanar; pero ella no aceptó tomarlo. En cambio, ya muy grave, me pidió que le colocara de frente el crucifijo del padre Miguel para poder verle; era el que él nos habia reg.alado.» (Carmen Pando• de del Corte.) «Después que el padre Miguel fué martirizado, yo hice ampliar 195

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