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santo. Aunque en nuestra casa a¡g,unos otros sacerdotes y religiosos se entregaban a inocentes juegos de naipes, el padre Ambrosio nun– ca cogió las cartas .en sus manos: en todo era el anverso de la me– dalla.» (María y Encarnación de la Cruz Cuerno.) <<Después que dispersaron a los religiosos fuí un día a casa de las señorítas Cuerno, y allí vi al padre Ambrosio. Yo no iba con la intención de verle, porque no sabía que estaba allí. Recuerdo que me habló muy fervoroso, demostrando mucha serenidad y d!ciendo que él no pensaba hacer ninguna tontería, sino quedarse allf quie'– to.» (Patricia Bustelo.) «Efectivamente, que las señoritas de la Cruz Cuerno son las- que principalmente pueden informar sobre dicho padre. Y es natural que le hablaran de mí, porque durante dos meses estuvimos ayu– dándonos a misa el uno al otro en casa de las cita<ias señor.itas, calle de San Francisco. Poca puede ser mi aportación sobre el padre Ambrosio: tuve poco contacto con él durante el tiempo que estuvo hospedado en casa de don Celso de la Cruz Cuerno. Como yo estaba hospedado en otra casa, nuestras relac1ones fueron momentáneas: cuando iba a celebrar misa y en alguna de mis visitas a esa casa. »Lo· único que recuerdo es que se confesó varias veces conmigo; que nos ayudábamos a misa mutuamente; que rezamos el rosario en un saloncito de visita de la casa de las Cruz Cuerno, en donde había una vitrina con muestras de modista; debajo de una tenía el Santísimo r-eservado en una polvorera; que merendamos juntos algún día ; que le proporcioné una cédula p-ersonal sacada a su nom– bre, pues al decirle que iba a gest1onar la manera de embarcarme a Francia, y siendo la cédula el primer requisito, él se entusiasmó, mandándome sacarle la que le sorprendieron los milicianos a una con otra que quedaba del dueño del hotel Victoria; que en nuestras charlas mantenía un vivo interés y grande esperanza del triunfo de la causa de Dios y de España. »Estos son los principales detalles que recuer<io de é1, no dudando de que su alma esté en la presenc1a de Dios, pues, por informes. me· consta que murió valientemente animando y absolviendo a todos los que iban cayendo en el barco... Conservo una o dos medallas de la bendición de San Francisco, que estimo como grato recuerdo, y quién sabe si en su día tenga para mí valor de reliquia.» (Presbitero Con– rada Calvo González.) Sereno pasaba los días el siervo de Dios en su segundo acog.edor refugio, dedicado enteramente a los rezos, al estudio y a confesar a las personas que se acercaban a su morada, a quienes consolaba y animaba para soportar cr~tianamente las amarguras porque atra– vesaban. Pero como las gentes de bien no estaban seguras en nin- 162

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