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la elije: «Mamá, déjame que me vaya con el padre, es cerca, Viven ahí detrás de San Jerónimo; de paso traigo la compra. También yo. me arreglé, desgreñada, arremangada y «fachosa» ; .tomé la cacharra de la leche y un capacho, y salimos. Bajando la escalera, como me· suponía lo que era el envoltorio, le dije: «Por qué no me deja usted ese paquetito? Como he de llevarle a la tarde ropa, se lo llevo tam– bién.» «Es el breviario», me contestó. Y volví a dejarlo. Convinimos en la ·escalera en lo que teníamos que hacer si nos decían salud, o nos intimaban a saludar puño en alto. Cruzamos el Prado. Camiones con gentuza nos levantaba el puño. Yo saludé asi dos o tres veces; él'. disimulaba muy bien, cog.íale yo el brazo con mi mano derecha y mirando hacia otro lado como sí viera poco. Subimos por la calle de– Felipe IV y al notar yo su fatiga, como pasara un grupo de gente. le dije a.Ito: «¿Te cansas verdad, tío Eugenio?» «Sí, ¡andas tan de pri– sa!» Pasó el grupo e íbamos más despacio. Al llegar a la altura de· la Real Academia Espafiola se quedó un poco detrás de mí, y al vol– verme vi que manipulaba como para deshacerse de alguien que pa– saba a nuestro lado. Vino hacia mi y me dijo: «¿Sabes? Es uno de Jesús. me ha conocido y quería besarme la mano.» Llegamos a la calle de Alberto Boch, y afortunadamente nadie nos vi.ó entrar en la casa. Carlota nos abrió la puerta, y el padre le dijo que se iba a quedar allí. Vi que sacó del bolsillo un billetito de cincuenta pesetas, y se lo entregó a Juan, dejándolo sobre la mesa, mientras decía: <<Juan, para los gastos.» · «Me marché pronto, despidiéndome hasta la tarde, ·en que, en efecto volví a llevarle el breviario, más ropa, calzado y el pantalón nuevo del mismo traje, en cuya cintura interior había una etiqueta de tela con .el nombre de Juan Vázquez de Mella, paseo del Prado, 18, cuya etiqueta fué comprobada, creo, cuando la exhumación. Fui a verle al siguiente día por la tarde, era martes, y creo recordar que me dijo que había celebrado .en .Jesús. >>Aquellos primeros días le prohibieron que se asom.ase a los criS– tales de las ventanas (era un pisito bajo, casi a raíz de la calle Y podrían verle) y que tosiese fuerte. En principio parecían prudentes esas medidas. Más adelante me enteré de la total enemistad que existía eritre aquel matrimonio y los porteros de la finca y que en ella había un p1so ocupado por mujeres alegres. Le empecé a nevar prensa y a contar lo que sabía, sin ocultarle las muchas personas que aparecían asesinadas. Como el padre Sixto iba por alli, me decía si había coincidido él aquel mismo día; pero fácil era notarlo, aún sin decir nada, pues el padre era totalmente otro hombre. »Ni él, con estar atslado, ni nadie, nos dábamos bien cuenta del alcance que iba a tomar la cosa. La reacción frente al levanta- 147
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