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V Por segunda vez profesor.-Breve permanencia en Gijón y en Bilbao.-Dos virtudes del siervo de Dios: La c{Lridad y za pureza.-Singular devoción a la Imaculada.-Acep– tación de Za muerte. No podía el padre Greg.orio continuar los estudios universitarios 'en la Ciudad Eterna, a causa de los escrúpulos y de la enfermedad del estómago. De ello se percataron los Superiores, <Usponiendo que regresara a la Patria, como así lo hizo, destinándole por segunda vez a la enseñanza en el Seminario Seráfico de El Pardo. El ambien– te era totalmente distinto y ya de él bien conocido y vivido durante varios años, por lo cual le fué grandemente beneficioso el cambio, tanto para los escrúpulos como para la enfermedad física estomacal. Esta mejoría le permitió dedicarse como la primera etapa a la ense– ñanza, y según testimonio de uno de sus discípulos, se notó un cambio espiritual todavía más acusado, pues desde entonces llevó vida más '})iadosa y con mayor recogimiento interior. Después de algunos años de enseñanza, quisieron los Superiores aliviarle algún tanto sus achaques, pa·ra lo cual le enviaron a la costa, especialmente a los conventos de Gjjón y de Bilbao; pero no era ·aquella vida su ambiente y, por lo mismo, de nuevo lo encontramos en su amado profesorado, en medio de los seráficos de El Pardo, basta el 21 de julio de 1936. Desde nifio practicó con esmero y casi hasta la escrupulosidad dos virtudes, que en él pueden clasificarse de predilectas: La caridad y la de la pureza. Con ellas cultivó también la devoción tierna y fi– lial a la Reina de Jos ADJgeles, en el misterio de su Inmaculada Con– cepción. Lo aseguran religiosos que con él convivieron bastante tiempo y seglares que con alguna intimidad le trataron. Uno de ellos dice: «De este rig.or participaba el padre Gregario de La Mata, y recuerdo que no dit'!mulaba cualquier manifestación que pudiera pre– sentarse simplemente como jocosa. En cuanto surgía la conversa– ción, cualquier t€ma o cualquier palab!"a menos adaptada a nues– tra vida, aunque no fuera ni mucho menos pecaminosa, él se ausen– taba discretamente, por estimar que no era compatible con su espí– ritu. Era extraordinariamente cultivador de la santa pureza; y por eso rehuía estas conversaciones en las que cualquier palabra pu– diera ser tachada como algo menos compatible con la santa pureza, 122
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