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en clase; pero en él no se notaba la menor presunción o estima del t alento que Dios largamente le había concedido. Fué mi con<Uscí– pulo, y por eso doy esta referencia personal. cuando falleció fray Faustino estudiaba en León la sagrada Teología fray Gregario, sintiendo amargamente la muerte del her– mano, ya que cífraba sus esperanzas en verle pronto junto a sí, y más tarde trabajar juntos en ·el ejercicio del santo apostolado. Mas bueno como era el siervo de Dios, después de pagar tributo a los naturales afectos dolorosos del eorazón, volvió la mirada hacia sus padres y hermanos para consolarlos ante la muerte del hijo y her– mano muy quertdo de todos. Para llenar cumplidamente dicho deber, escribió la carta que a continuación copiamos: «J. M. J. y F. León, diciembre 26 de 1911. Amadísimos padres y hermanas: El divino Jesús les dé a todos su santa paz y les colme de gracias y bendicio– nes. Me complazco sumamente en dirigirles a ustedes la presente carta, que habrán estado esperando con ansia en estos días pasados; mas ya me dispensarán, pues hasta· hoy no he tenido proporción. En pnmer lugar, les felicito las Pascuas (no me atrevo a decir de Navidad, que pa·rece que ya pasaron), pero si de Año Nuevo y Reyes, que Dios mediante, vamos a celebrar. Y pido al mismo tiempo al Niño Jesús que llene sus almas de dones y gracias celesti~es y que inunde sus corazones de gozo y alegria. Sí, queridos padres y her– manas, gócense y alégrense santamente en estos días en que tanto resplandece la misericordia de Dios para con nosotros. Hábloles así porque sé que están demasiado de luto y con excesiva pena y aflic– ción por lo ya pasado. Si, no debemos estar nunca tristes porque seres queridos nuestros son transportados de este mundo lleno de miSerias a otro de dicha y felicidad; antes bien debiéramos alegrar– nos, porque ellos allí son felices y pedirán por nosotros para que algún día lleguemos a ser compañeros suyos. ¡Oh!, y qué Pascuas más alegres pasará en el cielo nuestro bendito hermano fray Faustino. Por lo tanto, desechen todo recuerdo triste y arrójense en los brazos de la divina Providencia y piensen en la dicha de los que se van Y en los trabajos que tenemos que pasar los que aún viv~os en este mundo. Y si necesitamos consuelo, vayamos a Jesús Niño, que es el que ha venido a endulzar todas nuestras ¡penas. ¡Ea, pues!, alegré– monos en estos dias y conservemos nuestro corazón Ubre de todo embarazo para que la gracia del divino Niño Dios obre en nuestras almas. Procuremos, a imitación de nuestro padre san FranciSco, ser muy devotos del Niño de Belén, imitando las virtudes que nos en– seña. Aprendamos de El la humildad y el desprend~miento del mun– do, la mortificación de nuestros sentidos y, sobre todo, la pobreza de espíritu, o sea el desapego de los bienes temporales, para que 119

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