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una beca. Todos los años nos encontrábamos durante las vacaciones <le verano, llevando siempre buena conducta de seminarista.» (Pres– bftero Agapito Martínez Pérez.) Terminados f-elizmente los estudios, llegó el dia anhelado de la ordenación sacerdotal, recibiendo el presbiterado el dia 9 de junio del año 1900. Luego, su Prelado le destinó a la parroquia de Villaque– jida en calidad de coadjutor. «Supe que por rarezas, del señor pá– rroco no pudo avenirse con él durante los dos años que, aproxima– damente, permaneció en la parroquia.» «Por celos del señor párroco, porque el pueblo le quería más a él, tuvo que marcharse, y por eso el pueblo apedreó la casa del señor cura.» (Felisa Pérez Arias.) II Al clausbro seráfico.-En los Seminarios Mayores de· la Orden.-Protesor y vicedirector. La intelig.encia humana, en su pequeñez, no puede adivinar los planes de la divina Providenc1a, sino acatarlos humildemente, porque el Señor los realiza con peso y medida infinitos, valiéndose frecuen– temente de los desaciertos de los homb-res, para que otros cumplan sus adorables y sapientiSimo.s propósitos. Algo de esto sucedió en la vocación rel1giosa al joven sacerdote don Segundo Pérez Arias. Por– que luego de las ya relatadas roz(Idurq.s del señor párroco fué «tras– ladado a los pueblos de Tonin y Pendilla; a los pocos días se marchó Capuchino, sin decírselo ni despedirse de nadie, con gran diSgusto. de su padre». «Esta falta de mutua comprensión motivó su vocación a la Orden Capuchina, según él mismo me dijo, 1ogresando después de dos años de su ordenación de sacerdote.» (Presbítero Agapito Mar– tínez Pérez.) Efectivamente, el día 29 de mayo del año 1902 cambiaba la sota– na secular por el hábito Capucblno, a los veintisiete de edad. En la ceremonia de vestición dejó el nombre de Segundo y tomó el de fray Ildefonso de Armellada. Su comportamiento durante el año de probación, que indudablemente tuvo que serle bastante duro, aun– que se considerara su dignidad sacerdotal, fué inmejorable. «Noté -dice un connovicio-que era muy observante, caritativo y afable. En algunas >Crisis del espíritu, muy explicables en jóvenes que em– piezan la vida religosa, padecidas por mí mismo, encontré consuelo y aliento en el padre Ildefonso.» (Padre Dámaso de Gradetes.) El mejor testimonio de su proceder durante el afl.o de noviciado nos lo da el vicemaestro suyo en pocas pero decisivas palabras: «El 106
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