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SEGUNDA CONFEHENCJA <!7 Para ellos los señores oficiales eran unos buenos peces con aspecto de reyes: según el aprecio de los bromistas kanakas, los kepis semejaban coronas. Entre sí, los kanakas pascuenses, son de lo más serviciales y hermanables: se ayudan mutuamente en todos los nego– cios de la vida, aunque son algo inconstantes, consecuencia del poco interés que dan a la vida. Están tan unidos en igualdad de sentimientos que nunca se les ve pelear ni aun con palabras, pues si alguno patalea, como suele decirse, todo lo echan a la broma y hasta el eno– jado acaba por reírse luego. Entre mujeres pelean alguna vez. Me direis: ¿Y los leprosos? Los leprosos, más que compasión me han inspirado cariño y veneración. Nadie puede formarse idea, sin tratarlos, de su vida tran– quila y de su resignación alegre y simpática. Completamentec aislados de los que viven formando el pueblo, como a una legua de distáncia y cercados de una muralla de dos metros de alto, en el pequeño solar de doce hectáreas, llevan una vida enteramente monótona. Catorce son los leprosos entre hombres y mujeres; hay también dos niños de 9 a 13 años. El placer que sentían al verme cuando iba a visitarlos era grande, no lo podían disi– mular. Me veían de lejos y todos se me aproximaban anunciando a gritos mi llegada para que acudiesen los que estaban a dis– tancia del grupo. Al acercarme, sus primeras palabras eran: "Iorana te Metua =Salud Padre". Yo los miraba con ca– riño, ellos me comprendían y me correspondían. Como siempre les llevaba alguna cosita, se las repartía en el acto : me ace'"caba bastante a ellos y podía ver los es– tragos de la lepra. A ~~::i tc-:.c. los hombres les falta las ma-

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