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PRÓLOGO 3 -¡Ah! pero Ud. no sabe; son n:¡uy duchos estos isleños y muy mentirosos; de seguro que todo se lo dicen falso. Casi me indigné al oírle hablar de este modo, y más cuan– do agregó: -Yo mismo he temdo grandes dificultades para que me digan algo cierto. -¿De modo, le repliqué, que Ud. tiene el convencimiento de que le han dicho"algo de verdad? ¿Duda que a mí me den relatos verdaderos? Pues, si los pascuenses se resuelven a de– cir verdad, es de suponer que la dirán más confiados al Misio– nero, que tanto aman y respetan, que a un seglar a quien ni respetan ni tienen confianza. En estos altercados estaba presente el kanaka Juan Araki, que es el más apto y más recto de todos. ¿Oyes, Juan? le dije; según el sentir de este caballero, a él le habéis dicho la verdad y a mí la falsedad. · -No es cierto, responde, dirigiéndose al caballero; a Vd., padre, decirnos en todo verdad, al caballero nadie le ha dicho lo que le decirnos a Ud. Si algo ha escrito de la isla, serán cuen– tos falsos, que las mujerzuelas de su casa le han contado; si se atreve a asegurar que a Ud. decirnos mentiras, que asista a nuestras reuniones con todos los ancianos: (ellos lo desean), y entonces oirá cosas bien claras y desagradables para él, por mentiroso y tramposo. El caballero, por no echarse atrás, prometió, aunque algo turbado, asistir a dichas reuniones de estudio; pero no se atre– vió, no lo hizo. Este incidente contribuyó a que tornaran más interés en sus trabajos de hacer historia verdadera... y las sesiones si– guieron con más animación y espíritu recto; el result~do de esas reuniones son los datos que pubhco. Aunque en este trabajo no se halle una relación exacta de los hechos ni la estructura cabr<l que exige una historia, dará por lo menos, luz para poder entrever caracteres hasta

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