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BlSTORlETAS Y CUENTOS 73 ficiente, esa ventaja tiene; de lo contrario, tendrá que velar to– da la noche y quizá varias noches. Mas, no importa la pérdida del sueño de una noche o de dos, porque libre es para reponer el sueño durante el día; mientras él duerme, el agricultor con– tratado hace sus plantaciones. Dicen los kanakas más ancianos que la carne de esos rato– nes kióe era considerada como una regalía por lo fina y sa– brosa que era al paladar; su color es negro y de fino pelo. Yo quise conseguir algún ejemplar de esos kióe para el Museo de Santiago y no he podJdo por las razones antedt– chas. Son raros esos animalitos ahora: por casualidad ven los indígenas alguno en tantas veces que recorren la isla. En los ocho meses que he vivido en la isla, no he conseguido ver ni uno, apesar de recorrerla tantas veces y mirar con inte– rés. Me aseguran los indígenas que ellos han visto alguno que otro en estos últimos tiempos, pero que es difícil y es perder tiempo tratar de cazarlos. Menos mal, porque ya los indígenas no necesitan de los kióe para gozat de la carne y pagar sus trabajos: circula entre ellos, hace ya unos cuatro años, la moneda chilena. 17). Un caso de guerra. En las conversaciones familiares que he tenido con los indí– genas de la isla, he llegado a sorprenderles frases que revelan la antigua costumbre bárbara de antropofagía que tenían sus antepasados, pero provocada por un modo indirecto, a mi ver, por los menos piadosos kanakas. Hay motivo para creerlo así, porque en tiempo de paz no les daba por matar gente con el único fin de comer carne humana; esto lo harían alguna vez, alguno que otro de los más crueles y sanguinarios indígenas, y por lo mismo se provocaba la guerra entre su tribu y las demás, 6

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