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( 66 RIENVFJNIDO DE ESTl'lLLA 13) . Las calaveras. Me dice un inteligente observador: Los pascuenses colocaban los cadáveres sobre un altar de pie– dra a la acci6n del sol y del aire para que se secaran; después, un deudo q?J,itaba la cabeza del tronco y la enterraba o metía en una cueva; lo demás del cuerpo se abandonaba en el campo. Así se expresaba mi amigo que vivió en la isla antes que yo, y me expuso el caso de este modo, al preguntarle admirado: ¿Por qué motivo se hallarán tantas calaveras juntas en las cue– vas sin restos de lo demás del esqueleto? Desde luego no quedé satisfecho con la solución de mi amigo; además de ser él poco veraz, no concebía yo tal impiedad de parte de los kanakas pascuenses, que son sumamente piadosos y más respetuosos con sus cadáveres. ¿Será así como d~ce mi amigo? pregunté desde luego a unan– ciano kanaka que, sobre ser bueno, es testigo de una larga his– toria de su pueblo. No, padre; yo le contaré mejor para que diga a la gente lo cier– to; y comenzó la historia: En tiempos de los peruanos, que sacaban de aquí mucha gente para hacerles trabajar afuera, se produjo una peste por causa de ellos. Entonces moría mucha gente y no se podían sepultar los ca– dáveres, por no tener tiempo. Los perros, que eran muchos, se ce– baban en ellos y los comían esparciendo por toda la isla los huesos. Ya con eso no se podían z'dentijicar. Por este motivo procurába– mos recoger las cabezas como parte principal del cuerpo, y todas juntas las enterrábamos o escondíamos en las cuevas. Los perros eran tan carnívoros, que hasta se echaban sobre los apestados que estaban agonizando y acababan con ellos. Cuando moría algún rey, casi siempre era robada su cabeza por algún kanaka por motivo de piedad interesada: todos atri– buían a los cadáveres de reyes, sobre todo a sus cabezas, virtudes

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