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58 BIJ!lNVl!INIOO DEl l!lSTI!lLLA que ensordecen momentáneamente el fino oído de los centine– laE. De repente se produce una profunda 'confusión: carreras, silbos, gritos de alegría, rugidos de tristeza, son de guerra. Es que el agraciado centinela oyó el grito de su camarada: ¡Yo he hallado los huevos del Manutaral y todos los demás lo percibieron claro y patente y les hizo el efecto de un golpe de muerte: huyen, se esconden y se preparan para la defensa. Los agraciados quedan dueños del campo; sus contrincantes tra– tan de esconderse en las cuevas o defenderse en la huída. Si al– gún valiente de los victoriosos pretende entrar en la cueva en que su adversario se refugió, corre peligro su vida: porque la estrechez de la entrada favorece al que está dentro y no se pue– de entrar sino de a.uno y en posición indefensa; por eso prefie– ren dejarlos escondidos y vigilar si salen a comer o a otros me– nesteres. Como una semana duraba la amenaza de los victoriosos ; du– rante ese tiempc, los vencidos trataban de no aparecer ante sus adversarios, que, dueños del señorío y del mando, procla– maban y vitoreaban a su pretendiente rey, agasajándole con bailes y canciones propias del caso. Pasado el tiempo de los regocijos y cumplidos los ritos de reglamento, todo quedaba tranquilo, y los atemorizados ven– cidos podían sin peligro salir de sus escondrijos y compartir con sus vencedores en los asuntos ordinarios como si nada hu– biera pasado de anormal, y aun acababan por aceptar gusto– sos al rey electo como si fuera el deseado candidato de ellos. Así las cosas, la vida volví a a ser tranquila, las cuevas-casas del volcán Ranokao quedaban desiertas hasta otra ocasión y los Manutaras podían también seguir tranquilos en su natural in– cubación.
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