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nlSTORTETAS Y CURINTOS 57 vas del cuento. En ellas se hospedan los policías que llevan los víveres necesarios para dos o tres meses que han de estar en guardia. Las cocinas las tienen próximas a las cuevas, y son tan– tas cuantos son los pretendientes. A la vez todos están arma– dos para lo que suceda: unos para atacar, otros para defen– derse. En el islote Motunui hacen lo mismo los policías, que también pertenecen a distintos bandos, aunque corresponden a los bandos que se hospedaron en las famosas casas-cuevas en lo alto del cráter del volcán Ranokao: unos y otros están en co– nexión. De cada partido son por lo menos cuatro policías, dos en el islote y dos en las cuevas: uno para cocinar, otro para vi– gilar. Se dió el signo de rigurosa vigilancia. Los del volcán no pue– den ni chistar siquiera: el que habla será precipitado al mar. El vigilante de cada partido está en la postura de extrema– da vigilancia; casi contiene la respiración, el oído alerta, y aun aguza su oído poniendo la mano tras ei pabellón de la oreja para mejor percibir el esperado grito de: ¡Yo hallé los huevos del Manutara! El grito todavía no se oye; pasan a veces muchos días, me– ses; los rebuscadores recorren una y mil veces el islote; se re– mudan, haciendo de cocinero el centinela errante, y éste de co– cinero a su vez. Del mismo modo hacen los del volcán Ranokao: se remudan una y otra vez, permanecen siempre en silencio y en quietud; sólo el cocinero se mueve algo, pero con sumo cuidado, de no turbar el recogimiento del centinela. Pasan los días, y los pacientes centinelas y buscadores siguen con afán en su puesto de honor: cuanto más tiempo pasa, más crece su afán, porque más cercano sienten el momento de su victoria. A veces les parece sentir el grito esperado, pero es un indefinido ruido. Todos siguen en vigilancia día y noche; las olas del mar y el azotar del viento mienten sonidos turbadores 5
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