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HISTORIETAS Y OUEINTOS 55 Mira, le dijo un día, cuando estés en tu casa tranquilo, temo– lestarán éstas, si no haces lo que te digo: Sapo que veas entrar a tu caso, lo matas; barata, lagartija ocosa semejante, lo mismo. Nado dejes vivo, mátalos todos, que en ellos van tus enemigas. lvfas, si ves que a tu casa llega una jaiva, Irá– tala bien, la envuelves en tu manta y la guardas con cuidado, por– que esa jaiva soy yo. Mientras las anteriores escenas pasaban entre las diablesas y la bruja, el joven Ure llegó a su casa, donde el padre con to– do su séquito le recibieron llenos de gozo inmenso. Celebraron la vuelta del hijo perdido con un gran Umu o banquete y se en– tregaron a la vida ordinaria, yendo el joven a vivir a su casa de Apina, pero más avisado que antes para no dejarse sobornar. Comenzaron a cumplirse los anuncios de la bruja; pero él iba matando cuanto bicho veía moverse por el suelo, hasta que un día llegó la famosa jaiva, la tomó con respeto y cuidado, la en– volvió con esmero y la depositó en un rincón de lacasa, donde acompañó al joven, y desde entonces todo quedó en paz y ni diablas ni bichos se acercaron más a su vivienda. 9). El t'slote y los Manutaras. Sobre el borde del cráter del volcán Ranokao, en la parte que mira al mar y frente a los islotes Motunui, Motuiti, y Mo– tukao había antiguamente unos edificios que, más que casas, semejaban cuevas. Aun se conservan enteras algunas; las más están destruídas. Yo mismo entré en varias, y, por cierto, tuve que hacer de reptil para internarme en ellas; la entrada no es propi::unente puerta, sino un agujero cuadrado de 30 a 40 cen– tímetros de alto por otros tantos de ancho; debo confesar que tenía mi recelito al entrar así en esos antros de obscuridad y de aparente misteno.
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