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50 UIIDNVfllNIDO nJ<J FJSTJ11T,LA por escaparse: ¡tanto temía a sus despiadadas admiradoras! Sucedióque a los cuatrodíasde estat'Hbreel joven de sus odio– sos envoltorios, alcanzóa ver un bote que se detuvo frente a su cautiverio; eran dos pescadores que iban con frecuencia a pes– car ahí. Al momento el joven empieza a sollozar y a cantar, en monótona armonía, estos lamentos: «kahao e kahao hanua-nua Clavad, sí, clavad arco Avai toua kura, karere sobre agua en amarillo reflejo, saltará mea iris Ure U re A Ohovehi ki Ohovehi hacia nui, grande eroa larga mo Para o ti quizá maren-ngo, calvicie; hatu salvarme, kahoe; na Ohovehi Ohovehi afuera; ahí oou é sí tooku matua mi padre kai tan-ngada come gente Ure e te repa é Ure y al mozo, sí» Los pescadores escuchaban estos lamentos, admirados y en– ternecidos, peroa nadie veían: las frases llegaban claras y acom– pasadas a sus oídos, pero sus ojos no alcanzaban a ver al des– graciado. Volvieron con su pesca a sus hogares comentando tan extraño acontecimiento, y al día siguiente volvieron a la pesca y escucharon los mismos lamentos. Esos pescadores eran dos hermanos, An-ngaehu y Mahatua; desde luego determmaron volver todos los días al mismo sitio de Han-ngatau-vaka, con la excusa de pescar, para oírlos lamen– tos; los dos decían enternecidos: koma, arekaké te vehi e te mai nei: ¡Oh, qué tristes lamentos ~alen de allí! Casi un año llevaba el jo~en Ure en su cautiverio, t el mis– mo tiempo escucharon los dos pescadores sus lamentos, sin re– solver nada.

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