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42 BttiiNVENIDO D.ID EST.IDLLA piernas tienes para andar y ojos para ver, yo nada sé de tus cuitas y amoríos. Por fin, el diablejo, maldiciendo a la bruja, recorre todos los parajes cercanos. Alcanzó a pasar por el escondite de la niña, pero no la vió, porque ella había seguido las instrucciones de su protectora. El diablo se cansó de buscarla y se fué lejos, para ver si la hallaba en algún lugar de la isla. Estaba empe– ñado en ello. Me engañas, brujafea; me has escondido/a niñay no doy con e/la.-No te engañes, que aquí no la hallarás. Cuando se ausentó bastante el diablejo, la bruja subió de un salto a la cueva y dijo a la niña: sal pronto y sígueme, que está empeñado en buscarte y te hallará si quedas en mi compañía. Tomaron camino hacia Vinapú. Como a la mitad del cami– no, dice de repente la bruja: Corramos, que el diablejo uíene en dirección nuestra y trata de alcanzarnos; lo que no conseguirá, porque llegamos antes que él; y además, su hermano mayor desde el islote le coarta su espíritu y yo le detengo, si quiero, cuando sea necesario. El diablejo se llenaba de ira, porque no adelantaba como que– ría; sentía la acción de fuerza superior, prueba de que iba en buena drrección, y eso le desesperaba más. ¿Qué es esto? ¿Quién me ata, que no puedo volar como an– tes? Así caminaba, haciendo esfuerzos que no le servían. La bruja y la mña por fin llegan a Vinapú y se presentan al Mao– rí, o sacerdote, para que la niña entre a formar en el koro. El Maori, que era maestro y sacerdote a la vez, vivía en una gran casa, donde tenía gran número de niños y niñas bajo su custodia; era una especie de colegio o internado; el lugar era sagrado y de todos respetado. La bruja expuso brevemente el caso al Maorí y, como se trataba de un poderoso diablo, era preciso prevenirse. La bru– ja aconsejó al Maori preparara hombres bien armados de Aha- •

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