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lllSTORilllTAS Y CUEN'l'OS 39 7). La sangre del diablo Rae-raehou. De madrugada salieron a la pesca 10 canoa~, partiendo de Hangapz'ko, bahía cercana de Mataveri. Al mediodía se les vió volver con gran pesca. El diablo Rae-raehou estaba c.omo un simple observador y sin darse a conocer, algo separado de los demás; esperaba también la llegada de los botes. Al primer pescador qtte lle– gó a la bahía se dirigió el diablo resueltamente y le d~ce: Da– me peces. Nada displicente ni mezquino el pescador, en el ac– to le dió varios peces. Llegóotro pe<:cador, y dec;puf>s ctro, y los otros, uno tra~ otro, y el diablo, en forma de hombre, fué pidiéndoles a todos. con– forme iban llegando, peces y peces. Por fin, consiguió por todos más de ciento y, grandes; cargó con todos con admiración de los presentes, al ver su fuerza pa– ra cargar con tantos y tan grandes peces. Al llegar a las bodegas de Hangapiko, para mejor caminar a su vivienda, que estaba en la ishta Marotiri, a tres leguas, se colocó los peces en forma que, colgados de la cabeza a los pies. le cubrían todo el cuerpo alrededor. Se encamma a su islote; y, al llegar a v~·napú, la gente le miraba extrañada y hacían gestos de burla, por la rara figura que le daban los peces así llevados. En ese lugar había una niña llamada Hautere-araka; al verla antes el diablo, la deseó por su hermosura, y la ruña a la vez quedó prendada del desconocido. El diablo de intento pasó por delante de la casa de la niña, que estaba observando la llegada del desconocido: al verlo ya a distancia y cargado de peces, exclama, entre gozosa y ad– mirada: ¡Mira, mira, cuántos peces y qué grandes trae ese hom– bre! La niña estaba a la sazón en el umbral de su casa; mas, al

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