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8ll'lN\'FlNIOO nE l'l~TF.LT.A sobre todo, cuando pasaban algunos días de inútil pesquisa para el HeJzeva. Oye, le decían algunos intrigantes que se creían con dere– cho a hacerlo; oye, ven y escucha, sin que nadie nos vea: el que buscas está en tal tribu y es fulano. Eso era suficiente para que el Heheva extendiera la noticia como cierta; y la prueba de lo cierto eran los preparativos bé– licos de la tribu a que pertenecía el malhechor. Esa sola tnbu tenía que habérselas con todas las restantes de la isla, pues la tnbu del Heheva siempre tenía el apoyode los demás como causa justa de la pelea, y por lo mismo era como deber sagrado contribuir a la vindicta justa del oprimido. Co– menzaba la pelea yendo todos a buscar al malvado a su propia tribu, que salía al encuentro y peleaban en el acto. Duraba la pelea hasta que conseguían matar al asesino. Venía la paz y decían los kanakas ancianos que entonces se aprovechaban los más de la carne humana, pues se comíana los caídos en la batalla, tanto los vencedores como los vencidos. Después de esto, todo quedaba en paz. 5) . Püdad. Hubo un rey gigante en la isla de Pascua que amenazaba con un original castigo al que se atrevía a enterrar sus difun– tos próximos a su sepulcro. Nadie, decía, debe sepultar a sus muertos en lasproximidades de mi sepulcro; de lo contrario, sufrirá el insolente que se atre– va a hacerlo, la enfermedad de siete cueros en los pies. Un irrespetuosokanaka presumtó reírse de esta amenaza y en la primera ocasión enterró a su deudo cerca del sepulcro del rey. No tardó en sentir el cumplimiento de la amenaza; los pies comenzaron luego a pelársele y se cebó en ellos de lleno la enfer-
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