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32 BllllNVElNIOO Dl!l ESTXLLA donde no había vecindad, porque el sacerdote vivía siempre alejado de la gente. Del mismo modo respetan sus nichos o sepulturas, ca– vadas en la tierra y extendidas por toda la isla. Y lo curioso es qu€' todas las tienen mirando al mar, pudiendo decirse qu~ toda la costa está tejida de sepulcros a modo de mausoleos. Ahí es donde se ven, tendidos por tierra, los Mohai o estatuas de piedra de colosal tamaño (de 3 a 8 metros); los coloca– ban como guardianes de los restos mortales que a sus pies se guardaban y como figura o retrato de la persona sepultada, para que los deudos no la olvidaran. La misma clase de piedra de que se componen los altares se ve usada en los sepulcros, es decir, la volcánica; aunque en la mayor partP de estos sepulcros, sobre todo en los aristocrá– ticos, esa piedra es casi toda labrada, resultando piedra de sillería. Y al igual de los altares, estos sepulcros son respetados aun hoy día, de tal modo que no se resuelven a sacar los restos de sus antepasados y aun suelen ir con disimulo a rendrrles sus respetos y recuerdos de afecto. En realidad, los kanakas pascuenses no se desprenden tan fácilmente de sus afectos de antaño, a pesar de tener el prurito de estar civilizados. No condeno sus resabios de lo que fueron; para la civili– zación que han tenido, mejor que hubieran quedado como eran. 4). Heheva. Antiguamente, cuando un pascuense era asesinado, el deu– do más próximo, es decir, el padre o el hijo, el hermano por su hermano o hermana, el esposo por su esposa, el hijo por su
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