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Hl$TORIIllTAS Y CUENTOS 25 como se temía, tardó cinco meses aún; y durante ese tiempo tenía a la vista su ataúd que lo miraba con cariño y sereni– dad. Por fin llegó la muerte y todos acudieron al duelo. Viene el sepelio después, todos los kanakas le acompañan cantando; son cuatro los que cargán el cadáver; los demás, hombres y mujeres, niños y niñas, caminan próximos al féretro, sin orden, cantando todos sus notas fúnebres en su propia lengua. Cuatro o cinco mujeres son las que dirigen el canto, ellas comienzan las estrofas y los demás siguen. Una vez en el cementerio, dejan el cadáver en el suelo y entonan un canto más triste, a modo de responso; acabado éste, colo– can el ataúd en la sepultura y, acto seguido, todos echan t1erra sobre la caja hasta que los sepultureros acaban de relle– nar la hoya. Entonces todos se van sin orden, cada uno por su lado, y sin manHestar tristeza ni aflicción, ni aun los deu– dos más allega1os. A la hora convenida acuden al kai- kai, a festejarse a nom– bre del difunto; y se acaba el sepeHo. !I. HISTORIETAS Y CUENTOS. 1). El rey Tangaroa y el gigante Teteko. Dicen los ancianos y los más ilustrados pascuenses que los primeros habitantes de la isla, después de la época de las erup– ciones volcáncias, llegaron de las vecinas islas Maraeren-nga y Marae-toolzio. Seis son los individuos que primero desembarcaron en ella, que, por cierto, no les encantó. Poco tiempo después vieron esos seis aventureros una em– barcación que se dirigía a la costa; estuvierona la pista y al alle– a

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