BCCAP000000000000136ELEC

DATOS GIDNBIRAL!llt< en la mano; he VIsto, por ejemplo, que un cigarro de que di~ponía uno, lo hacía correr entre ocho, tomando todos al igual su chupada, uno después de otro. Pero, cuando más satisfechos quedan, el dador y el agra– ciado, es al regalarse los hijos en sfi infancia. La misma Tepilte del caso anterior srrve de ejemplo aquí. Se1s días después de su alumbramiento, le pregunto, al en– contrarme con ella en la calle ¿Cómo está tu Poki (hijo)? y me contesta ufana: No lo tengo yo, se lo regalé a Paoa (:su padrino), él lo cuidará mejor que yo. Casi puede decirse que son pocas las casas donde no tienen un ruño o niña de regalo, aunque haya hijos de sobra. Aun más: reciben de sus parientes o compadres tales regalos y a la vez ellos regalan a otros, sus hijos teniendo este intercambio por muy honroso. Y hay que añadir. que el niño así regalado y adoptado, pierde el apellido de su padre y le dan el apellido de sus pro– tectores o padres adoptivos; y tan en serio va este asunto de adopción, que en la repartición de bienes se toma en cuenta al hijo adoptivo en los derechos de herencia, cual s1 fuese legítimo; y sin oposición alguna, los herederos legítimos le llaman hermano. Es curioso el método que usaban los kanakas en las de– marcaciones del terreno distribuído entre sus herederos. En piedras redondas casi siempre u ovaladas, y de una dure– za sin igual, solían grabar unos signos o jeroglíficos que re– presentan los órganos de la generación; diríamos que en esos jeroglíficos pretendían expresar el árbol genealógico. Esas piedras, así marcadas, las colocaban algo metidas en tierra, en la línea divisoria de los terrenos repartidos entre los hijos. De estas piedras llamadas Rona se hallan varias aun en la isla, esparcidas por el suelo; pero las más tienen ocultas los pacuenses y las guardan con veneración, para que no lac; profanen los exlranjero3.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz